2012/11/02

Desarrollo sostenible, una estrategia económica para Cataluña.


Reproducimos aquí un artículo de Pere Torres.

Pere Torres. Biólogo. Instituto Cerdà.

Desde una perspectiva ambiental, el autor repasa las crisis ecológicas causadas por un modelo productivo que ha traspasado los límites de la sostenibilidad global. A continuación, argumenta que el concepto economía verde es, de hecho, un nuevo modelo de producción, y reflexiona sobre las posibilidades de que se aplique a los distintos sectores productivos de la economía catalana.

La crisis financiera, en sus distintas facetas, enmascara todas las demás crisis. Y hay algunas importantes que la antecedieron y que la sobrevivirán.

Podríamos destacar cinco, como mínimo:
- La crisis energética.
- La crisis alimentaria.
- La crisis climática.
- La crisis hídrica.
- La crisis ecosistémica.

Las cinco tienen un factor común, aplicable igualmente a la crisis financiera y económica que se deriva de ellas: todas son crisis de insostenibilidad.

Son el resultado de un modelo productivo que se colapsa porque supera sus propios límites. Y, de un tiempo a esta parte, lo hace, además, sin que se pueda alegar ignorancia sobre el fenómeno y sus causas.

Repasamos, brevemente, estas crisis para destacar algunos de sus elementos comunes —que son los rasgos característicos de un fenómeno insostenible:

1. En julio del 2008, apenas iniciada la crisis económica, el barril de petróleo llegaba casi a los 150 dólares. Desde entonces ha fluctuado mucho, siempre muy por debajo de este máximo, porque la demanda de los países desarrollados se ha frenado considerablemente. De todas formas, en invierno del 2011-2012 se situó en 120 dólares, y según previsiones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), subirá hasta los 180 dólares cuando la recuperación económica sea firme. Hay dos factores que influyen en esta tendencia alcista. En primer lugar, el aumento de la demanda. La propia AIE estima que en el año 2030 podría ser un 45 % superior a la actual. El segundo factor es que los yacimientos del petróleo más fácil de extraer y más barato de refinar se agotan rápidamente y deben ser sustituidos por otras opciones más caras (petróleos pesados, arenas bituminosas, etc.). Por otra parte, si algún día se establece una tasa de carbono —relacionada con las emisiones de gases de efecto invernadero—, tendrá una gran repercusión en el precio de esta fuente de energía. En definitiva, puede haber un debate más o menos apasionado sobre si el pico petrolero ya se ha alcanzado o aún no, pero de lo que ya no hay duda es de que la era del petróleo barato ha llegado a su fin.

2. También el año 2008 veía cómo los precios del grano subían y, con ellos, los de toda la cadena alimentaria. Las causas eran múltiples. Una, el incremento de los precios del petróleo que tenían repercusión tanto en los de los fertilizantes que se derivan de ellos como en todas las operaciones consumidoras de energía. También aquí el incremento de la demanda tuvo un papel capital. Este incremento era fruto del aumento de la población —más bocas para alimentar— y de la mejora de la calidad alimentaria de las nuevas clases medias de los países emergentes —el aumento de su consumo de carne comportaba una mayor demanda de grano para alimentar al ganado. De cara al futuro, hay que añadir, claro, los riesgos asociados al calentamiento global del planeta, que puede limitar la disponibilidad de agua, aumentar el riesgo de plagas y provocar un crecimiento acelerado pero desmedrado de los vegetales. Por otra parte, hay que tener en cuenta una cierta incapacidad de obtener una mayor productividad de los campos —sobre todo si se mantienen las prevenciones con respecto a los organismos modificados genéticamente— y la imposibilidad de movilizar más tierras para el cultivo. En su informe The State of Food Insecurity in the World 2011, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) prevé que la volatilidad de los precios persistirá en los próximos años y que tendrá efectos negativos en el desarrollo de los países subdesarrollados y facilitará la extensión de la pobreza a nuevos grupos humanos. La seguridad alimentaria queda, pues, en entredicho.

3. Aparte de esta incidencia negativa sobre la agricultura, el cambio climático tiene efectos negativos en muchos otros frentes de interés económico: en la salud de las personas, pero también en la de las especies vegetales cultivadas y las especies animales criadas; en la ganancia de aridez de muchas regiones; en la vulnerabilidad de la costa ante el incremento del nivel del mar y de sus embates; en la frecuencia creciente de episodios meteorológicos extremos; en la funcionalidad de las infraestructuras, etc. Hay efectos ya detectados y expectativas, un tanto inciertas, de efectos futuros en función de la temperatura alcanzada.
De acuerdo con los expertos, seríamos capaces de absorber un incremento de la temperatura media del planeta de 2 °C. Ahora bien, para que no sobrepasemos este límite, la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero debe ser más drástica y más rápida de lo que se puede esperar con los compromisos actuales.

4. El cambio climático no es el único factor que pone en crisis la disponibilidad de agua potable para capas extensas de población. También ayudan el incremento de la demanda —nuevamente por el crecimiento demográfico y la subsiguiente demanda agrícola— y el hecho de que cada vez haya más caudales inutilizados por la contaminación— sea de nitratos o fosfatos, por la intensificación de la fertilización de los campos, o por los vertidos industriales o urbanos.
Cuando la población de una comunidad no tiene acceso a 1.000 metros cúbicos por persona y año, entonces sufre de escasez. Las estimaciones oficiales indican que en el año 2025 puede haber casi 2.000 millones de personas en estas condiciones. La escasez puede ser física —no se dispone de esta cantidad de agua— o puede ser económica —no se dispone de las infraestructuras necesarias para que esta cantidad de agua sea accesible a sus consumidores potenciales.

5. Una crisis igualmente importante, pero más desapercibida, es la ecosistémica. Hoy existe evidencia suficiente de que el funcionamiento adecuado de los ecosistemas proporciona ventajas significativas en la actividad humana, incluida la económica. La degradación progresiva de muchos hábitats por su sustitución por otros usos o por su fragmentación o por la pérdida de especies clave debe tener, sin duda, efectos negativos en nuestra calidad de vida. Un ejemplo actual es la disminución de las poblaciones de abejas debido, probablemente, a la intoxicación con ciertos pesticidas. Las abejas son esenciales para la polinización de muchos cultivos alimentarios. Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, las abejas son responsables de 15.000 millones de dólares de valor añadido en la agricultura del país. Su actividad polinizadora es imprescindible en la producción de frutas, de frutos secos y de muchas verduras. Este caso es extensible a otras muchas funciones que realiza la naturaleza y de las que nos beneficiamos sin tener conciencia.

El panorama no es alentador. De hecho, cuando lo describes de este modo, pones en bandeja la acusación de alarmista —o de malthusiano, si el acusador es más sofisticado— y, automáticamente, parece como si todo lo que has dicho perdiera valor. Es otro vicio de la insostenibilidad. De hecho, el hándicap principal se encuentra justamente en este punto. A pesar de la complicación extrema, estas crisis son superables porque, cuando escarbas un poco, te das cuenta de que no son consecuencia de una fatalidad inexpugnable sino de unas actitudes colectivas inapropiadas. De todas formas, cambiar las actitudes colectivas suele ser una tarea más ímproba que hacer frente a una fatalidad externa.

En cualquier caso, si la insostenibilidad nos lleva, con más o menos rodeos, hacia el desastre humano, se puede inferir que la alternativa a este debe llegar a través de la sostenibilidad. Por eso, el desarrollo sostenible no es una opción estratégica para dejar de dañar la naturaleza y el medio ambiente, sino, sobre todo, para dejar de dañar la posibilidad de una prosperidad humana efectiva y perdurable.

Desde que, hace ahora 25 años, la expresión desarrollo sostenible ganara carta de naturaleza en el Informe Brundtland, se ha pasado de verla como un pronunciamiento utópico a anhelarla como una solución al atolladero en el que se encuentra la humanidad con las crisis anteriormente mencionadas.

De todas formas, al haber sido tan profusamente utilizada a lo largo de este cuarto de siglo, puede que haya la sensación de un cierto desgaste y, probablemente por este motivo, han irrumpido otras expresiones con fuerza. Hay tres que son especialmente interesantes:

• Economía de bajo carbono. Esta idea surge de la preocupación por el cambio climático. Sabedores de que la principal responsabilidad recae en las emisiones de dióxido de carbono debido al elevado consumo de combustibles fósiles, se propone una transición hacia un modelo económico en el que estas emisiones se mitiguen de forma extraordinaria. Este propósito debe alcanzarse a través de la combinación de tres líneas de acción principales: la eficiencia energética (de forma que por cada unidad de energía consumida se obtengan mayores prestaciones), los cambios de estilo de vida (de forma que no se reclame tanta energía para actividades onerosas) y la sustitución de las fuentes de energía (de forma que la mayor parte de las necesidades sean cubiertas por energías que no emitan tanto dióxido de carbono).

  Green New Deal. Esta propuesta surge de un grupo de intelectuales británicos que, ante la magnitud de la crisis económica actual y vistas sus causas, plantean la necesidad de elaborar un nuevo pacto social, como el New Deal de Roosevelt pero sustentado en un modelo productivo menos malbaratador de recursos materiales, energéticos y humanos. Aunque también apunta reformas en aspectos energéticos e industriales, el documento original profundiza especialmente en los cambios que sería necesario abordar en la política económica y, sobre todo, en la política fiscal para que este nuevo pacto fuera posible y eficaz.

• Economía verde. En este caso, se quiere enfatizar la compatibilidad de la actividad económica con la preservación de la calidad ambiental.

Partiendo de los sectores clásicos de la gestión ambiental (las energías renovables, la valorización de residuos, el ciclo del agua...), se pretende dotarlos de mayor peso en la economía de un país y, al mismo tiempo, como ejemplo a seguir, en cuanto a los criterios de producción, a todos los demás sectores, con la difusión de aspectos como el ecodiseño o la ecoeficiencia.

Puesto que, en Cataluña, ha hecho más fortuna esta última, la adoptaremos de ahora en adelante. Así pues, hay que convenir que un país como el nuestro —con su realidad geográfica y con su tradición industrial— debe jugarse el futuro mediante la economía verde. Puede parecer un deseo exagerado, pero hay que entender bien el concepto de economía verde, al menos el que utilizamos aquí.

Para facilitarlo, me parece oportuno presentar, a continuación, tres tesis sobre la economía verde:
1. No es un nuevo sector productivo, sino un nuevo modelo de producción.
2. No sustituye a la industria, sino que la rediseña para reforzarla.
3. Se sustenta en tres fuerzas motoras: la tecnología, el consumo y la fiscalidad.

La economía verde propugna un modelo productivo basado en:

• La maximización de la eficiencia en el uso de los recursos. La ecoeficiencia tiene un sentido económico muy claro: se trata de que, de cada unidad de materia prima empleada, la parte destinada a aprovechamiento se maximice y la parte que se convierte en residuo se minimice.

En definitiva, hacer más con menos, un lema que comulga con el concepto de productividad.

Añadamos a la ecuación que aquello que ya se ha aprovechado una vez se reaproveche —de forma directa o a través de los mecanismos de valorización oportunos— tantas veces como sea posible. Así pues, el recurso se hace recircular por el sistema productivo hasta obtener el máximo rendimiento imaginable de él. Por este motivo, este enfoque también se llama economía circular, en contraste con la economía lineal a la que estamos acostumbrados, con una elevada extracción de materiales vírgenes y una también elevada acumulación de desechos sin valorizar.

Esta filosofía de la eficiencia es aplicable tanto a los recursos materiales (materias primas, agua) como a los recursos energéticos.

Otra medida en este terreno es la priorización de los recursos renovables —que deben consumirse a un ritmo adecuado para que su renovación sea factible. En este sentido, pues, la economía verde estimula la sustitución de los recursos no renovables por los que sí lo son y modera el consumo de estos a la tasa de renovabilidad que presentan.

• La minimización de las externalidades negativas sobre las personas y sobre el medio ambiente. La economía verde busca alternativas productivas que tengan un impacto muy bajo sobre el medio.
Este propósito se concreta en la apuesta por soluciones energéticas que mitiguen la emisión de gases de efecto invernadero y la sustitución de sustancias que contaminan el medio y pueden perjudicar la salud de las personas. Un campo fecundo, en esta línea, es el desarrollo de las biorrefinerías como procesos que pueden proporcionar, a partir de cultivos vegetales o algales, sustancias análogas a las obtenidas en el refinado del petróleo.

• La incorporación del conocimiento y la prospectiva en las decisiones económicas. La insostenibilidad se manifiesta mediante efectos secundarios o colaterales de decisiones tomadas.

Obviamente, se trata de efectos no pretendidos e inesperados que echan a perder unas decisiones que habían sido adoptadas para bien. La falta de conocimiento —por su inexistencia o por su inaccesibilidad al decisor— tiene buena parte de la culpa. Hoy en día, en cambio, se dispone de varias metodologías que permiten divisar qué consecuencias indeseadas pueden tener determinadas iniciativas. Además, los procedimientos de aprobación de muchos proyectos permiten que dichas consecuencias puedan ser conocidas y contrastadas, por lo que evitar los efectos colaterales es cada vez más posible. En la medida en la que la economía verde es una reacción a la insostenibilidad y a sus externalidades negativas, es lógico que nazca con la voluntad de emplear el conocimiento para no caer en la misma trampa.

El lector habrá notado que estas premisas son aplicables a prácticamente todos los sectores de la economía productiva, que no son propias de unos e impropias de otros. Por ello, se ha afirmado que no se trata tanto de un nuevo sector que se añade al modo productivo existente, sino de un nuevo modo que se aplica a todos los sectores conocidos.

Las opciones en Cataluña: El Gobierno de la Generalitat ha incluido la economía verde entre las prioridades de su programa de reactivación económica. En este sentido, se añade a la lista de países que hacen decididas apuestas por esta línea de dinamización de la economía: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, los países nórdicos, Corea del Sur... De todas formas, lo que importa no es la declaración de intenciones sino la valoración de las oportunidades reales. Aunque, sin duda, es necesario un análisis profundo, es evidente que Cataluña dispone de un grupo de sectores suficientemente sólidos que son aptos para realizar la transición hacia la economía ecoeficiente y de bajo carbono que representa la economía verde.

Podemos empezar por el sector primario. Aunque la agricultura tiene un peso escaso en el PIB y en la ocupación del país, hay que reconocer que es la base de un sector industrial, el agroalimentario, que tiene una incidencia elevada y con una gran capacidad de exportación. Ambos pueden adaptarse a las posibilidades que ofrece la economía verde. La ecoeficiencia en el consumo de agua, de fertilizantes o de energía puede penetrar en los campos y en las granjas con una intensidad superior a la actual.

Por otra parte, la agricultura puede ser la fuente de materias primas para generar materiales renovables que hoy se originan a partir de recursos agotables o como fuente de energía —sin entrar en competencia con la prioridad alimentaria de los cultivos.

En este mismo sector, se abre camino el cultivo de algas, que, a través de biorrefinerías, puede proporcionar tanto materias primas de alto valor añadido para determinadas industrias (farmacéutica, cosmética, alimentaria...) como material para la fabricación de biocombustibles. Ciertamente, es una vía aún embrionaria, pero con perspectivas muy buenas y que valdría la pena explorar dadas las condiciones ambientales del país y los sectores industriales que se podrían beneficiar de ella.

Igualmente, hay que pensar en las nuevas oportunidades que la demanda de la economía verde ofrece a la silvicultura y a la explotación forestal, tanto desde el punto de vista de productos de interés creciente como el papel que puede ejercer como sumidero de carbono.

En el ámbito de la energía, las posibilidades relacionadas con la economía verde son extraordinariamente amplias. De hecho, toda la transformación de la generación, la distribución y el consumo, en términos modernos, de la energía se podría incluir dentro de la economía verde. En cualquier caso, pongamos el acento en algunos aspectos principales: las energías renovables, los biocombustibles de segunda y tercera generación, el almacenamiento de energía, las redes inteligentes, la eficiencia energética, la rehabilitación energética de edificios... Sin duda, la revolución de la economía verde es principalmente una revolución energética. Ligado a la energía, está el transporte. También la economía verde tiene una incidencia notable en él.
Así, debemos considerar la mejora de los vehículos tradicionales para que su consumo y sus emisiones sean más bajos, los vehículos alternativos (eléctricos, de hidrógeno, de gas/biogás) con todos los sistemas de aprovisionamiento necesarios, el reciclaje de los componentes en general y de las tierras raras en particular, la aplicación de las tecnologías de la información y la comunicación al funcionamiento de los vehículos y a la gestión de flotas...
Lógicamente, la economía verde abarca también los sectores de gestión ambiental que eran conocidos hasta ahora. En concreto, el ciclo del agua, los residuos y la calidad del aire. En el primer caso, además de todas las tecnologías de potabilización y de depuración de las aguas, se puede hablar del aprovechamiento de los lodos, de la eficiencia en el uso, del control de calidad... Igualmente, se pueden considerar la construcción de infraestructuras y equipamientos y la fabricación de piezas y de fungibles.

En el campo de los residuos, se puede mencionar la construcción y la gestión de las instalaciones, pero también todas las tecnologías de aprovechamiento de los residuos, sea para valorización material o para valorización energética. Tiene especial interés el desarrollo de tratamientos para flujos de residuos nuevos, que ganan terreno con el progreso tecnológico. También es importante la disposición y la aplicación de tecnologías para la descontaminación y la biorrestauración de suelos con acumulación de sustancias contaminantes. Finalmente, conviene dejar constancia de las tecnologías para la depuración de efluentes atmosféricos.

En la construcción, la economía verde hace aportaciones tanto para la obra nueva como para la rehabilitación. En los nuevos modelos de construcción, se puede divisar la integración de las energías renovables como elementos constructivos o el diseño de edificios pasivos. También se puede pensar en nuevos materiales, en el aprovechamiento de los derribos y otros residuos, en la introducción de mecanismos inteligentes en los sistemas de control de los consumos energéticos de los hogares...
La economía verde da entrada a las nuevas tecnologías. Así, las tecnologías de la información y la comunicación tienen aplicaciones muy considerables en la domótica, en el transporte y en la gestión de redes. También en todos los sistemas de monitoreo y de control que permiten una gestión más eficiente del consumo de recursos. En cuanto a las biotecnologías, podemos hablar de producción de biomateriales, de la biorrestauración de suelos o acuíferos contaminados... o de las ya mencionadas biorrefinerías. Finalmente, tanto las microtecnologías como las nanotecnologías son esenciales en el desarrollo de equipos para la producción de energías renovables con mucha más eficiencia de conversión, pero también por disponer de baterías con gran autonomía y para la utilización de los superconductores en la red de transporte y distribución de electricidad.

Hemos dejado para el final la interrelación de la economía verde con la industria manufacturera.

Recordemos la segunda tesis, apuntada más arriba, sobre la economía verde: no sustituye a la industria sino que la rediseña para reforzarla. Hay algunas opciones que tienen naturaleza transversal, que pueden incidir positivamente en cualquier sector industrial:

• El ecodiseño y la desmaterialización de productos y servicios.
• La gestión eficiente del consumo de energía y de materias primas.
• La aplicación de los principios de la ecología industrial.

Ahora bien, hay algunos sectores de la industria manufacturera que, en Cataluña, pueden tener un recorrido más largo dentro de la economía verde:

• En el sector químico, existen enormes posibilidades en los nuevos materiales (biomateriales, materiales inteligentes, sustitutos de productos nocivos...).
• En el sector textil, se puede pensar en los tejidos inteligentes o funcionales y en el aprovechamiento de fibras orgánicas.
• En la industria agroalimentaria, existen productos destinados a los nuevos estilos de vida, pero también hay que tener en cuenta las necesidades de trazabilidad y de la seguridad alimentaria.

Estas empresas generarán una demanda tanto de servicios financieros como de otros servicios profesionales (consultorías, ingenierías, I+D, certificaciones...). En la medida en la que estos servicios se presten con una mentalidad propia de la economía verde —es decir, buscando la máxima eficiencia y las mínimas externalidades—, podremos considerarlos también componentes suyos.

No se agotan aquí todas las posibilidades de la economía verde. Sin embargo, esta visión panorámica del potencial que tiene en sectores muy vinculados a la economía catalana es indicativa de que la apuesta de Cataluña por la economía verde es acertada y, si las cosas se hacen como deberían hacerse, puede tener unos resultados muy satisfactorios. Ahora bien, no basta con tener un buen punto de partida y unas magníficas perspectivas, sino que es preciso un cierto impulso mediante la colaboración entre las administraciones públicas y las empresas privadas para rebajar las barreras de todo tipo que pueden existir para el progreso adecuado de esta transición. Dadas las bases económicas y empresariales del país y vista la predisposición del Gobierno de la Generalitat para implicarse en el desarrollo de la economía verde, estaríamos en condiciones de augurarle un buen futuro.

En cualquier caso, parece claro que este no llegará pasivamente, sino que será necesario ir a buscarlo. Como decía Peter Drucker, la mejor manera de predecir el futuro es construirlo. Así pues, podemos predecir un gran futuro para la economía verde en Cataluña si estamos dispuestos a Catalunya si estamos dispuestos a construirla.