Reproducimos aquí un artículo de Pere Torres.
Pere Torres. Biólogo. Instituto Cerdà.
Desde
una perspectiva ambiental, el autor repasa las crisis ecológicas causadas por
un modelo productivo que ha traspasado los límites de la sostenibilidad global.
A continuación, argumenta que el concepto economía verde es, de hecho, un nuevo
modelo de producción, y reflexiona sobre las posibilidades de que se aplique a
los distintos sectores productivos de la economía catalana.
La
crisis financiera, en sus distintas facetas, enmascara todas las demás crisis.
Y hay algunas importantes que la antecedieron y que la sobrevivirán.
Podríamos
destacar cinco, como mínimo:
- La
crisis energética.
- La
crisis alimentaria.
- La
crisis climática.
- La
crisis hídrica.
- La
crisis ecosistémica.
Las
cinco tienen un factor común, aplicable igualmente a la crisis financiera y
económica que se deriva de ellas: todas son crisis de insostenibilidad.
Son
el resultado de un modelo productivo que se colapsa porque supera sus propios
límites. Y, de un tiempo a esta parte, lo hace, además, sin que se pueda alegar
ignorancia sobre el fenómeno y sus causas.
Repasamos,
brevemente, estas crisis para destacar algunos de sus elementos comunes —que
son los rasgos característicos de un fenómeno insostenible:
1. En
julio del 2008, apenas iniciada la crisis económica, el barril de petróleo
llegaba casi a los 150 dólares. Desde entonces ha fluctuado mucho, siempre muy
por debajo de este máximo, porque la demanda de los países desarrollados se ha
frenado considerablemente. De todas formas, en invierno del 2011-2012 se situó
en 120 dólares, y según previsiones de la Agencia Internacional de la Energía
(AIE), subirá hasta los 180 dólares cuando la recuperación económica sea firme.
Hay dos factores que influyen en esta tendencia alcista. En primer lugar, el
aumento de la demanda. La propia AIE estima que en el año 2030 podría ser un 45
% superior a la actual. El segundo factor es que los yacimientos del petróleo
más fácil de extraer y más barato de refinar se agotan rápidamente y deben ser
sustituidos por otras opciones más caras (petróleos pesados, arenas
bituminosas, etc.). Por otra parte, si algún día se establece una tasa de
carbono —relacionada con las emisiones de gases de efecto invernadero—, tendrá
una gran repercusión en el precio de esta fuente de energía. En definitiva,
puede haber un debate más o menos apasionado sobre si el pico petrolero ya se
ha alcanzado o aún no, pero de lo que ya no hay duda es de que la era del
petróleo barato ha llegado a su fin.
2.
También el año 2008 veía cómo los precios del grano subían y, con ellos, los de
toda la cadena alimentaria. Las causas eran múltiples. Una, el incremento de
los precios del petróleo que tenían repercusión tanto en los de los fertilizantes
que se derivan de ellos como en todas las operaciones consumidoras de energía.
También aquí el incremento de la demanda tuvo un papel capital. Este incremento
era fruto del aumento de la población —más bocas para alimentar— y de la mejora
de la calidad alimentaria de las nuevas clases medias de los países emergentes
—el aumento de su consumo de carne comportaba una mayor demanda de grano para
alimentar al ganado. De cara al futuro, hay que añadir, claro, los riesgos
asociados al calentamiento global del planeta, que puede limitar la
disponibilidad de agua, aumentar el riesgo de plagas y provocar un crecimiento
acelerado pero desmedrado de los vegetales. Por otra parte, hay que tener en
cuenta una cierta incapacidad de obtener una mayor productividad de los campos
—sobre todo si se mantienen las prevenciones con respecto a los organismos
modificados genéticamente— y la imposibilidad de movilizar más tierras para el
cultivo. En su informe The State of Food Insecurity in the World 2011, la FAO
(Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación)
prevé que la volatilidad de los precios persistirá en los próximos años y que
tendrá efectos negativos en el desarrollo de los países subdesarrollados y
facilitará la extensión de la pobreza a nuevos grupos humanos. La seguridad
alimentaria queda, pues, en entredicho.
3.
Aparte de esta incidencia negativa sobre la agricultura, el cambio climático
tiene efectos negativos en muchos otros frentes de interés económico: en la
salud de las personas, pero también en la de las especies vegetales cultivadas
y las especies animales criadas; en la ganancia de aridez de muchas regiones;
en la vulnerabilidad de la costa ante el incremento del nivel del mar y de sus
embates; en la frecuencia creciente de episodios meteorológicos extremos; en la
funcionalidad de las infraestructuras, etc. Hay efectos ya detectados y
expectativas, un tanto inciertas, de efectos futuros en función de la
temperatura alcanzada.
De
acuerdo con los expertos, seríamos capaces de absorber un incremento de la
temperatura media del planeta de 2 °C. Ahora bien, para que no sobrepasemos
este límite, la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero
debe ser más drástica y más rápida de lo que se puede esperar con los compromisos
actuales.
4. El
cambio climático no es el único factor que pone en crisis la disponibilidad de
agua potable para capas extensas de población. También ayudan el incremento de
la demanda —nuevamente por el crecimiento demográfico y la subsiguiente demanda
agrícola— y el hecho de que cada vez haya más caudales inutilizados por la
contaminación— sea de nitratos o fosfatos, por la intensificación de la
fertilización de los campos, o por los vertidos industriales o urbanos.
Cuando
la población de una comunidad no tiene acceso a 1.000 metros cúbicos por
persona y año, entonces sufre de escasez. Las estimaciones oficiales indican
que en el año 2025 puede haber casi 2.000 millones de personas en estas
condiciones. La escasez puede ser física —no se dispone de esta cantidad de
agua— o puede ser económica —no se dispone de las infraestructuras necesarias
para que esta cantidad de agua sea accesible a sus consumidores potenciales.
5.
Una crisis igualmente importante, pero más desapercibida, es la ecosistémica.
Hoy existe evidencia suficiente de que el funcionamiento adecuado de los
ecosistemas proporciona ventajas significativas en la actividad humana,
incluida la económica. La degradación progresiva de muchos hábitats por su
sustitución por otros usos o por su fragmentación o por la pérdida de especies
clave debe tener, sin duda, efectos negativos en nuestra calidad de vida. Un
ejemplo actual es la disminución de las poblaciones de abejas debido,
probablemente, a la intoxicación con ciertos pesticidas. Las abejas son
esenciales para la polinización de muchos cultivos alimentarios. Según el
Departamento de Agricultura de Estados Unidos, las abejas son responsables de
15.000 millones de dólares de valor añadido en la agricultura del país. Su
actividad polinizadora es imprescindible en la producción de frutas, de frutos
secos y de muchas verduras. Este caso es extensible a otras muchas funciones
que realiza la naturaleza y de las que nos beneficiamos sin tener conciencia.
El
panorama no es alentador. De hecho, cuando lo describes de este modo, pones en
bandeja la acusación de alarmista —o de malthusiano, si el acusador es más
sofisticado— y, automáticamente, parece como si todo lo que has dicho perdiera
valor. Es otro vicio de la insostenibilidad. De hecho, el hándicap principal se
encuentra justamente en este punto. A pesar de la complicación extrema, estas
crisis son superables porque, cuando escarbas un poco, te das cuenta de que no
son consecuencia de una fatalidad inexpugnable sino de unas actitudes colectivas
inapropiadas. De todas formas, cambiar las actitudes colectivas suele ser una
tarea más ímproba que hacer frente a una fatalidad externa.
En
cualquier caso, si la insostenibilidad nos lleva, con más o menos rodeos, hacia
el desastre humano, se puede inferir que la alternativa a este debe llegar a
través de la sostenibilidad. Por eso, el desarrollo sostenible no es una opción
estratégica para dejar de dañar la naturaleza y el medio ambiente, sino, sobre
todo, para dejar de dañar la posibilidad de una prosperidad humana efectiva y
perdurable.
Desde
que, hace ahora 25 años, la expresión desarrollo sostenible ganara carta de
naturaleza en el Informe Brundtland, se ha pasado de verla como un
pronunciamiento utópico a anhelarla como una solución al atolladero en el que
se encuentra la humanidad con las crisis anteriormente mencionadas.
De
todas formas, al haber sido tan profusamente utilizada a lo largo de este
cuarto de siglo, puede que haya la sensación de un cierto desgaste y,
probablemente por este motivo, han irrumpido otras expresiones con fuerza. Hay
tres que son especialmente interesantes:
•
Economía de bajo carbono. Esta idea surge de la preocupación por el cambio
climático. Sabedores de que la principal responsabilidad recae en las emisiones
de dióxido de carbono debido al elevado consumo de combustibles fósiles, se
propone una transición hacia un modelo económico en el que estas emisiones se
mitiguen de forma extraordinaria. Este propósito debe alcanzarse a través de la
combinación de tres líneas de acción principales: la eficiencia energética (de
forma que por cada unidad de energía consumida se obtengan mayores
prestaciones), los cambios de estilo de vida (de forma que no se reclame tanta
energía para actividades onerosas) y la sustitución de las fuentes de energía
(de forma que la mayor parte de las necesidades sean cubiertas por energías que
no emitan tanto dióxido de carbono).
• Green New Deal. Esta propuesta surge de
un grupo de intelectuales británicos que, ante la magnitud de la crisis
económica actual y vistas sus causas, plantean la necesidad de elaborar un
nuevo pacto social, como el New Deal de Roosevelt pero sustentado en un modelo
productivo menos malbaratador de recursos materiales, energéticos y humanos.
Aunque también apunta reformas en aspectos energéticos e industriales, el
documento original profundiza especialmente en los cambios que sería necesario
abordar en la política económica y, sobre todo, en la política fiscal para que
este nuevo pacto fuera posible y eficaz.
•
Economía verde. En este caso, se quiere enfatizar la compatibilidad de la
actividad económica con la preservación de la calidad ambiental.
Partiendo
de los sectores clásicos de la gestión ambiental (las energías renovables, la
valorización de residuos, el ciclo del agua...), se pretende dotarlos de mayor
peso en la economía de un país y, al mismo tiempo, como ejemplo a seguir, en
cuanto a los criterios de producción, a todos los demás sectores, con la
difusión de aspectos como el ecodiseño o la ecoeficiencia.
Puesto
que, en Cataluña, ha hecho más fortuna esta última, la adoptaremos de ahora en
adelante. Así pues, hay que convenir que un país como el nuestro —con su
realidad geográfica y con su tradición industrial— debe jugarse el futuro
mediante la economía verde. Puede parecer un deseo exagerado, pero hay que
entender bien el concepto de economía verde, al menos el que utilizamos aquí.
Para
facilitarlo, me parece oportuno presentar, a continuación, tres tesis sobre la
economía verde:
1. No
es un nuevo sector productivo, sino un nuevo modelo de producción.
2. No
sustituye a la industria, sino que la rediseña para reforzarla.
3. Se
sustenta en tres fuerzas motoras: la tecnología, el consumo y la fiscalidad.
La
economía verde propugna un modelo productivo basado en:
• La maximización
de la eficiencia en el uso de los recursos. La ecoeficiencia tiene un sentido
económico muy claro: se trata de que, de cada unidad de materia prima empleada,
la parte destinada a aprovechamiento se maximice y la parte que se convierte en
residuo se minimice.
En
definitiva, hacer más con menos, un lema que comulga con el concepto de
productividad.
Añadamos
a la ecuación que aquello que ya se ha aprovechado una vez se reaproveche —de
forma directa o a través de los mecanismos de valorización oportunos— tantas
veces como sea posible. Así pues, el recurso se hace recircular por el sistema
productivo hasta obtener el máximo rendimiento imaginable de él. Por este
motivo, este enfoque también se llama economía circular, en contraste con la
economía lineal a la que estamos acostumbrados, con una elevada extracción de
materiales vírgenes y una también elevada acumulación de desechos sin
valorizar.
Esta
filosofía de la eficiencia es aplicable tanto a los recursos materiales
(materias primas, agua) como a los recursos energéticos.
Otra
medida en este terreno es la priorización de los recursos renovables —que deben
consumirse a un ritmo adecuado para que su renovación sea factible. En este
sentido, pues, la economía verde estimula la sustitución de los recursos no
renovables por los que sí lo son y modera el consumo de estos a la tasa de
renovabilidad que presentan.
• La
minimización de las externalidades negativas sobre las personas y sobre el
medio ambiente. La economía verde busca alternativas productivas que tengan un
impacto muy bajo sobre el medio.
Este
propósito se concreta en la apuesta por soluciones energéticas que mitiguen la
emisión de gases de efecto invernadero y la sustitución de sustancias que
contaminan el medio y pueden perjudicar la salud de las personas. Un campo
fecundo, en esta línea, es el desarrollo de las biorrefinerías como procesos
que pueden proporcionar, a partir de cultivos vegetales o algales, sustancias
análogas a las obtenidas en el refinado del petróleo.
• La
incorporación del conocimiento y la prospectiva en las decisiones económicas.
La insostenibilidad se manifiesta mediante efectos secundarios o colaterales de
decisiones tomadas.
Obviamente,
se trata de efectos no pretendidos e inesperados que echan a perder unas decisiones
que habían sido adoptadas para bien. La falta de conocimiento —por su
inexistencia o por su inaccesibilidad al decisor— tiene buena parte de la
culpa. Hoy en día, en cambio, se dispone de varias metodologías que permiten
divisar qué consecuencias indeseadas pueden tener determinadas iniciativas.
Además, los procedimientos de aprobación de muchos proyectos permiten que
dichas consecuencias puedan ser conocidas y contrastadas, por lo que evitar los
efectos colaterales es cada vez más posible. En la medida en la que la economía
verde es una reacción a la insostenibilidad y a sus externalidades negativas,
es lógico que nazca con la voluntad de emplear el conocimiento para no caer en
la misma trampa.
El
lector habrá notado que estas premisas son aplicables a prácticamente todos los
sectores de la economía productiva, que no son propias de unos e impropias de
otros. Por ello, se ha afirmado que no se trata tanto de un nuevo sector que se
añade al modo productivo existente, sino de un nuevo modo que se aplica a todos
los sectores conocidos.
Las
opciones en Cataluña: El Gobierno de la Generalitat ha incluido la economía
verde entre las prioridades de su programa de reactivación económica. En este
sentido, se añade a la lista de países que hacen decididas apuestas por esta
línea de dinamización de la economía: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, los
países nórdicos, Corea del Sur... De todas formas, lo que importa no es la
declaración de intenciones sino la valoración de las oportunidades reales.
Aunque, sin duda, es necesario un análisis profundo, es evidente que Cataluña
dispone de un grupo de sectores suficientemente sólidos que son aptos para
realizar la transición hacia la economía ecoeficiente y de bajo carbono que
representa la economía verde.
Podemos
empezar por el sector primario. Aunque la agricultura tiene un peso escaso en
el PIB y en la ocupación del país, hay que reconocer que es la base de un
sector industrial, el agroalimentario, que tiene una incidencia elevada y con
una gran capacidad de exportación. Ambos pueden adaptarse a las posibilidades
que ofrece la economía verde. La ecoeficiencia en el consumo de agua, de
fertilizantes o de energía puede penetrar en los campos y en las granjas con
una intensidad superior a la actual.
Por
otra parte, la agricultura puede ser la fuente de materias primas para generar
materiales renovables que hoy se originan a partir de recursos agotables o como
fuente de energía —sin entrar en competencia con la prioridad alimentaria de
los cultivos.
En
este mismo sector, se abre camino el cultivo de algas, que, a través de
biorrefinerías, puede proporcionar tanto materias primas de alto valor añadido
para determinadas industrias (farmacéutica, cosmética, alimentaria...) como
material para la fabricación de biocombustibles. Ciertamente, es una vía aún
embrionaria, pero con perspectivas muy buenas y que valdría la pena explorar
dadas las condiciones ambientales del país y los sectores industriales que se
podrían beneficiar de ella.
Igualmente,
hay que pensar en las nuevas oportunidades que la demanda de la economía verde
ofrece a la silvicultura y a la explotación forestal, tanto desde el punto de
vista de productos de interés creciente como el papel que puede ejercer como
sumidero de carbono.
En el
ámbito de la energía, las posibilidades relacionadas con la economía verde son
extraordinariamente amplias. De hecho, toda la transformación de la generación,
la distribución y el consumo, en términos modernos, de la energía se podría
incluir dentro de la economía verde. En cualquier caso, pongamos el acento en
algunos aspectos principales: las energías renovables, los biocombustibles de
segunda y tercera generación, el almacenamiento de energía, las redes
inteligentes, la eficiencia energética, la rehabilitación energética de edificios...
Sin duda, la revolución de la economía verde es principalmente una revolución
energética. Ligado a la energía, está el transporte. También la economía verde
tiene una incidencia notable en él.
Así,
debemos considerar la mejora de los vehículos tradicionales para que su consumo
y sus emisiones sean más bajos, los vehículos alternativos (eléctricos, de
hidrógeno, de gas/biogás) con todos los sistemas de aprovisionamiento
necesarios, el reciclaje de los componentes en general y de las tierras raras en
particular, la aplicación de las tecnologías de la información y la
comunicación al funcionamiento de los vehículos y a la gestión de flotas...
Lógicamente,
la economía verde abarca también los sectores de gestión ambiental que eran
conocidos hasta ahora. En concreto, el ciclo del agua, los residuos y la
calidad del aire. En el primer caso, además de todas las tecnologías de
potabilización y de depuración de las aguas, se puede hablar del
aprovechamiento de los lodos, de la eficiencia en el uso, del control de
calidad... Igualmente, se pueden considerar la construcción de infraestructuras
y equipamientos y la fabricación de piezas y de fungibles.
En el
campo de los residuos, se puede mencionar la construcción y la gestión de las
instalaciones, pero también todas las tecnologías de aprovechamiento de los
residuos, sea para valorización material o para valorización energética. Tiene
especial interés el desarrollo de tratamientos para flujos de residuos nuevos,
que ganan terreno con el progreso tecnológico. También es importante la
disposición y la aplicación de tecnologías para la descontaminación y la
biorrestauración de suelos con acumulación de sustancias contaminantes.
Finalmente, conviene dejar constancia de las tecnologías para la depuración de
efluentes atmosféricos.
En la
construcción, la economía verde hace aportaciones tanto para la obra nueva como
para la rehabilitación. En los nuevos modelos de construcción, se puede divisar
la integración de las energías renovables como elementos constructivos o el
diseño de edificios pasivos. También se puede pensar en nuevos materiales, en
el aprovechamiento de los derribos y otros residuos, en la introducción de
mecanismos inteligentes en los sistemas de control de los consumos energéticos
de los hogares...
La
economía verde da entrada a las nuevas tecnologías. Así, las tecnologías de la
información y la comunicación tienen aplicaciones muy considerables en la
domótica, en el transporte y en la gestión de redes. También en todos los
sistemas de monitoreo y de control que permiten una gestión más eficiente del
consumo de recursos. En cuanto a las biotecnologías, podemos hablar de
producción de biomateriales, de la biorrestauración de suelos o acuíferos
contaminados... o de las ya mencionadas biorrefinerías. Finalmente, tanto las
microtecnologías como las nanotecnologías son esenciales en el desarrollo de
equipos para la producción de energías renovables con mucha más eficiencia de
conversión, pero también por disponer de baterías con gran autonomía y para la
utilización de los superconductores en la red de transporte y distribución de
electricidad.
Hemos
dejado para el final la interrelación de la economía verde con la industria
manufacturera.
Recordemos
la segunda tesis, apuntada más arriba, sobre la economía verde: no sustituye a
la industria sino que la rediseña para reforzarla. Hay algunas opciones que
tienen naturaleza transversal, que pueden incidir positivamente en cualquier
sector industrial:
• El
ecodiseño y la desmaterialización de productos y servicios.
• La
gestión eficiente del consumo de energía y de materias primas.
• La
aplicación de los principios de la ecología industrial.
Ahora
bien, hay algunos sectores de la industria manufacturera que, en Cataluña,
pueden tener un recorrido más largo dentro de la economía verde:
• En
el sector químico, existen enormes posibilidades en los nuevos materiales
(biomateriales, materiales inteligentes, sustitutos de productos nocivos...).
• En
el sector textil, se puede pensar en los tejidos inteligentes o funcionales y
en el aprovechamiento de fibras orgánicas.
• En
la industria agroalimentaria, existen productos destinados a los nuevos estilos
de vida, pero también hay que tener en cuenta las necesidades de trazabilidad y
de la seguridad alimentaria.
Estas
empresas generarán una demanda tanto de servicios financieros como de otros
servicios profesionales (consultorías, ingenierías, I+D, certificaciones...).
En la medida en la que estos servicios se presten con una mentalidad propia de
la economía verde —es decir, buscando la máxima eficiencia y las mínimas
externalidades—, podremos considerarlos también componentes suyos.
No se
agotan aquí todas las posibilidades de la economía verde. Sin embargo, esta
visión panorámica del potencial que tiene en sectores muy vinculados a la
economía catalana es indicativa de que la apuesta de Cataluña por la economía
verde es acertada y, si las cosas se hacen como deberían hacerse, puede tener
unos resultados muy satisfactorios. Ahora bien, no basta con tener un buen
punto de partida y unas magníficas perspectivas, sino que es preciso un cierto
impulso mediante la colaboración entre las administraciones públicas y las
empresas privadas para rebajar las barreras de todo tipo que pueden existir
para el progreso adecuado de esta transición. Dadas las bases económicas y
empresariales del país y vista la predisposición del Gobierno de la Generalitat
para implicarse en el desarrollo de la economía verde, estaríamos en condiciones
de augurarle un buen futuro.
En
cualquier caso, parece claro que este no llegará pasivamente, sino que será
necesario ir a buscarlo. Como decía Peter Drucker, la mejor manera de predecir
el futuro es construirlo. Así pues, podemos predecir un gran futuro para la
economía verde en Cataluña si estamos dispuestos a Catalunya si estamos
dispuestos a construirla.